7.2.09

JUEZ DREDD - RELATO - ALEXIS BRITO - 1ª PARTE

NÉMESIS


However much it hurts

However much it takes

Believe and all your dreams will all come true

However hard it gets

However much it aches

Always believe in me

As I believe in you...


The Cure

1

SECTOR 44


La “Ley Maestra” descendió el paso elevado a doscientos kilómetros por hora. El motor rugió, mientras el vehículo recorría la plataforma que se perdía entre los rascacielos interminables del Sector 44. Detrás de los Bloques Frank Sinatra, en dirección sudeste, las 600 plantas del Museo Mega City se recortaban bajo el cielo ensombrecido. Dredd apretó el acelerador. A su diestra, un panel retransmitía en directo el encuentro final de la Superbowl CXXXIV. Las imágenes de los jugadores biónicos destrozándose a golpes sobre el campo de juego no le interesaban en absoluto.


Anochecía, La Fiebre de la Noche del Domingo llegaba a su cenit. Las calles habían sido invadidas por el caos: guerras de bloques, atracos, manifestaciones, actos terroristas, tráfico de drogas, prostitución, razzias y millones de incidentes más, que serían el preludio de una semana colmada de delitos. Dredd estaba preparado para afrontar cualquier crimen. La radio transmitía los acontecimientos de las últimas horas:


Arrestos de Código 249: 1.654. “Cubos” llenos en los Sectores: 23, 55, 68 y 147. Detenida una nueva oleada de Reventadores en el Sector 27. Atención, todas las unidades cercanas a la Plaza George Bush acudan al Bloque Casablanca, posible kamikaze humano. Repito, todas las unidades...


Dredd recordó los datos aprendidos en la academia. Sector 44. Apodo: El centro. Superficie: 32. 000 km2. Habitantes: 50.000.000. Densidad de Población: 156.000 personas por km2. Niveles: 100. La Hora Feliz (tal como la definían los Jueces) había llegado: era el momento de volver a casa, olvidar la jornada, y tomar un merecido descanso. La motocicleta se internó bajo las arcadas empresariales coronadas por anuncios publicitarios. Por el momento, todo estaba relativamente tranquilo, pero aquella calma no le gustaba, intuía que tarde o temprano, alguien infringiría la Ley.


Dredd llevaba 48 horas ininterrumpidas de patrulla. Gracias a los I.R.T. (Inductores de Relajación Total) del Departamento de Justicia continuaba de servicio. Las Máquinas de Sueño condensaban en diez minutos el descanso de toda una noche. En aquel instante, se encontraba fresco, atento y relajado: su cuerpo demandaba acción. Control hizo una llamada.

—Control a Dredd. Acuda al Bloque Elvis Presley. Un varón llamado James Reed amenaza con saltar desde la planta 115.

El Juez contestó secamente:

—Recibido.


La “Ley Maestra” giró, cambió de sentido y se dirigió hacia su objetivo a toda velocidad. El gigantesco rascacielos octogonal creció y ocupó su campo visual. Metódico, el Juez revisó la información de que disponía: una pantalla iluminó el tablero de mandos del vehículo.


Sujeto: James Reed.

Nacido: 3 de Septiembre del 2074. Mega-City Dos.

Edad: 36.

Estatura: 178 cm.

Peso: 85 Kg.

Características distintivas: Numerosas.

Intervenciones biónicas:

2.097: Trasplante en la parte posterior del bulbo raquídeo.

2.101: Injerto toma de datos en la mejilla derecha.

2.106: Brazo izquierdo, sustitución robótica.

Profesión: Programador Informático.

Dirección: Apt. 4.567B. Bloque Elvis Presley.

Diez minutos más tarde, Dredd aparcó fuera del edificio. Un deslizador en segunda fila entorpecía la circulación que ascendía por la carretera aglomerada. De inmediato, llamó al departamento; no tenía tiempo de ocuparse de aquella cuestión personalmente.

—Dredd a Control. Vehículo Chevrolet mal estacionado delante del Bloque Elvis Presley. Matrícula: 3.478. Violación Código 88. Seis meses de rehabilitación en el “Cubo” para su propietario.

Control respondió:

—De acuerdo, Dredd.

Con grandes pasos, penetró en el lujoso hall del edificio, ignorando la riqueza que lo rodeaba. El recibidor parecía extraído de una película del Siglo XX: recepción, fuente de agua, escaleras de mármol y reproducciones de Jackson Pollock colgadas de las paredes. Dredd torció los labios. El uniforme negro de los Jueces se amoldaba a su anatomía como una segunda piel: casco, hombreras metálicas, placa dorada, cinturón de combate, guantes aislantes y botas de caña alta. Sobre el muslo derecho, su Legislador destellaba en la funda de cuero, preparado para ser utilizado en cualquier momento. Un recepcionista lo abordó.

—Buenas noches, Juez Dredd.

Dredd despreciaba los formalismos.

—¿Dónde está Reed?

El hombre temblaba de miedo ante su presencia.

—En su vivienda, apartamento 4.56...

El Juez lo interrumpió.

—Gracias por su colaboración, Ciudadano.


Rápidamente, se aproximó al ascensor más próximo, oscilando los hombros con seguridad. Entró en el cilindro acolchado y pulsó la planta 115. Al llegar arriba, las puertas se abrieron a ambos lados. Un pasillo pintado de color azul se perdía de izquierda a derecha. Dredd eligió la primera opción, sus botas quebraron la quietud de la noche y levantaron ecos. Un escalofrío recorrió su espina dorsal, el rascacielos estaba demasiado silencioso, aquello no era normal, menos cuando los Old Town Rats se enfrentaban a los Radiators en televisión. Dredd dudó, su sexto sentido nunca fallaba, tentado en pedir refuerzos. El orgullo se lo impidió, resolvería el caso solo; un suicida no era nada para un Juez de su categoría. Estaba delante del apartamento. De una patada, arrancó la puerta de los goznes, irrumpiendo en la vivienda con el índice en el gatillo del arma. Su exclamación hizo temblar las paredes:

—¡Alto en Nombre de la Ley!



2


JUEZ MUERTE

Dredd recorrió su entorno con la mirada. En el balcón, un hombre permanecía en pie sobre la cornisa de cemento: el viento agitaba sus cabellos rubios.

—¡James Reed! —bramó—. ¡Queda usted detenido!

Reed se volvió, mortalmente pálido, y contestó con voz lastimera:

—No se acerque, Juez Dredd.

Dredd atravesó el salón, sin dejar de apuntar a su objetivo, irritado.

—Lo que hace es ilegal —puntualizó—. Baje de inmediato si no quiere terminar en la Isla del Diablo.

El hombre estuvo apunto de caer al escuchar el nombre del espantoso centro penitenciario.

—No puedo hacerlo, su señoría.

El Juez decidió seguirle el juego, debía ganar tiempo, el suficiente para atraparlo e impedir que se arrojara al vacío.

—¿Por qué?

Su objetivo vaciló durante unos segundos.

—¡Respóndame, gusano! —restalló Dredd—. ¡O le encerraré de por vida!

Reed chilló, aterrorizado:

—¡Porque El Juez Muerte me lo ha dicho!


Un soplo de aire helado acarició la espalda de Dredd: una mano intangible, áspera, que prometía el peor de los destinos. De un salto, se apartó a un lado, esquivando el ataque enemigo. Una sombra alargada cubrió la estancia y absorbió la luz que entraba por la ventana. Entre las tinieblas percibió a su némesis: el casco negro, los dientes afilados, el uniforme en jirones, las manos desproporcionadas, y la placa con forma de calavera. El hedor a carne podrida lo mareó y una arcada recorrió su estómago; jamás terminaría de acostumbrarse a la pestilencia que emanaba de su oponente. La voz rasposa de Muerte lo estremeció:

—Hass ssido juzgado —siseó—. Debess morir para que sse haga Jusssticia.

Dredd levantó el Legislador.

—Perforador.

El disparo atravesó el esternón de su adversario sin producirle daño alguno. Un manto de oscuridad se abalanzó sobre Dredd dispuesto a absorber su energía vital.

—No puedesss matarme, Dredd.

Éste retrocedió y contraatacó con destreza.

—Incendiaria.

Muerte sorteó el proyectil. La detonación prendió la pared, las llamas se propagaron y levantaron una cortina dorado- rrojiza. La alarma antiincendios empezó a ulular.

—Debo erradicar el crimen de la vidda —susurró Muerte—.

Eress culpable de infringir mi Jussticia...

Los dientes de Dredd chirriaron.

—¡Hablas demasiado, perro!

Dredd intentó abatirlo, pero su oponente se movió con diabólica rapidez, propinándole un manotazo que le quitó la pistola de la diestra. Ambos rodaron por el suelo haciendo pedazos una mesa de cristal. El aliento vomitivo de su enemigo llenó sus fosas nasales. Trozos de vidrio se clavaron en su espalda. La frialdad de la Otra Dimensión penetró en sus entrañas. Dredd contuvo el aliento, desenfundó el puñal de la bota y lo hundió entre las mandíbulas cortantes. Muerte se tambaleó, el fuego lo desorientaba, inmune al dolor o al sufrimiento. Dredd aprovechó la oportunidad. Alzó las piernas y pateó el rostro de su adversario: la rejilla del casco quedó aplastada contra la nariz del Juez Oscuro. Acto seguido, enlazó tres golpes mortales: talonazo en la rodilla, gancho en el vientre y puñetazo en la mandíbula. Muerte retrocedió ante la violencia de las embestidas, furioso, con los puños crispados. Un gruñido animal escapó de sus labios putrefactos:

—¡Pagarass tusss crimeness!

Dredd recuperó el arma.

—Granada.

El impacto fue terrible. Muerte atravesó la pared y se estalló contra el pasillo, abriendo un boquete; pedazos de yeso llovieron sobre su figura. Dredd se volvió, traspasó el fuego y agarró a Reed por la camisa.

—No intente resistirse a la Ley, Ciudadano.

Su objetivo tartamudeó:

—Muerte me obligó a tenderle una trampa, señor...

Dredd no tenía tiempo de escucharlo. A empujones, sacó a Reed de la vivienda, evitando las llamas en el último segundo. Luego, arrojó a su objetivo a un lado y buscó a Muerte con el Legislador alzado. Su adversario había desaparecido sin dejar rastro.


Tres compañeros aparecieron al fondo del corredor. Dos eran novatos en plena fase de examen. Al ver a Dredd bajaron las armas. La Juez Hershey tomó la palabra.

—¿Qué ha pasado, JD?

Éste enfundó la pistola.

—Muerte ha vuelto —replicó—. Ha intentado acabar conmigo.

El trío se agitó.

—¡Mierda! —gruño Hershey—. ¡Lo que nos faltaba!

Dredd inquirió con frialdad:

—¿Qué demonios hacéis aquí?

El humo le resultaba molesto.

—Llamaste a Control hace diez minutos, ¿recuerdas?

Su actitud no cambió.

—¿Y por qué habéis subido? —preguntó—. Deberíais estar encerrando al propietario del Chevrolet.

La mujer no se molestó en ocultar su enojo.

—Pensamos que podías necesitar ayuda.

Dredd no prestó atención a su compañera.

—¡Levántese, Reed!

Su objetivo se incorporó.

—Gracias por salvarme, su señoría.

El tono de Dredd fue metálico:

—Le ha tocado el diez, amigo.

El hombre se estremeció.

—¿Diez años? —gimió—. ¿Por qué?

La poderosa figura del Juez cubrió a Reed.

—Código 145: Colaboración con un criminal. ¿Cómo se declara?

Su objetivo no dudó un instante.

—Inocente.

Dredd esbozó una sonrisa gélida capaz de helar la sangre en las venas.

—Sabía que diría eso.

Hizo una señal a los novatos.

—¡Leváoslo!




Alexis Brito Delgado

Continuará...

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